viernes, 18 de febrero de 2022

JUEGOS DE GUERRA, ARMAS DE AGUA.

 La cosa empezaba mas o menos así.. Nos agazapábamos en el terraza de mi casa, con cuatro o cinco baldes  de agua, que sacábamos de la canilla del pasillo y subíamos a duras penas por una larga escalera de madera, apoyada en la pared, derramando más de la mitad, antes de llegar a destino.

Una vez allí, solo cabía esperar, la llegada de un transeúnte distraído y Zás , embocábamos de lleno el baldazo sobre la víctima de turno.

A continuación, venían unos gritos despavoridos ,  acompañados de insultos y timbrazos  enardecidos , que mi madre atendía, mientras se secaba las manos con el delantal, ya de muy mal humor, porque interrumpían sus quehaceres. Nosotras ya instaladas en el patio y habiendo escondido rápidamente las pruebas del delito, poníamos nuestra mejor cara de yo no fui, hasta que mi vieja, nos acomodaba los chacras, y la fiesta de la mañana llegaba a su fin.

A la tarde, cuando el sol rajaba la tierra, empezaba la guerra, que como  toda guerra, no tenia reglas, valía todo, mangueras estratégicamente  colocadas, para rellenar los tanques de municiones, correr, embocar la catarata sobre el enemigo, y resbalar por la vereda de cemento despareja y asesina, hasta la otra trinchera.

Nos dividíamos en dos grandes bandos, por un lado los adultos vengativos e iracundos, y por el otro los sub-quince, imparables, invencibles, voraces,  con la adrenalina por las nubes, disparando cataratas de agua imparable,  sin importar el rango  ni la jerarquía, ni las represalias.

Lunes y martes de carnaval, una batalla de dos días, que nos dejaba exhaustos, pero no vencidos.

Los más suertudos, a la noche se iban al corso de Avenida de Mayo, munidos desde su casa con bolsas de papel picado, cortado a mano con hojas de diarios viejos, que servían para casi todo, envolver los huevos, limpiar los vidrios, o de plantillas, para esas zapatillas que nuestras madres compraban dos números mas grandes, para que las usemos un par de años.

Después llegaron las maravillosas bombitas de agua, y esas si, eran munición pesada, especialmente las que impactaban y no explotaban , y si estabas flojo de reflejos, te partían al medio como una granada de mano.

Con el tiempo, estas costumbres fueron desapareciendo, como casi todas las cosas, que nos daban un aire de libertad, y se popularizaron los bailes en los clubes de barrio, donde podíamos ver y escuchar a nuestros ídolos bien cerquita, mientras algún chico, cabeceaba para sacarte a bailar, y los más osados te agarraban de la mano y te llevaban a la pista, a la hora de los lentos, manteniendo al principio una distancia de 1 metro, como anticipando un protocolo, que nunca hubiésemos imaginado posible, poco a poco y tímidamente los cuerpos se acercaban, las manos bajaban de los hombros a la cintura, y si la cosa pintaba, ruborizados y temblorosos, llegaba el beso furtivo y el flechazo, que se sellaba, con la promesa de encontrarnos en alguna esquina.

No sé si todo tiempo pasado fue mejor, pero cuando pienso en el carnaval, mi memoria se llena de imágenes , que si cierro los ojos, todavía me salpican tan fuertemente y me impactan directamente al corazón, como las bombitas traicioneras, que nunca llegaban a estallar, y me descubro llorando, por aquellos carnavales guerreros, por los besos olvidados en cualquier zaguán, y por las promesas de esas esquinas, donde nos íbamos a encontrar.