martes, 31 de agosto de 2021

VUELO NOCTURNO.

 

Una extraña sensación de ahogo se le instala en la garganta,

se atrinchera contra los vértices que lo hacen sentir seguro,

el silencio es atronador, no corre una gota de aire, solo algunos

haces de luz que se filtran caprichosos, grita, aúlla, pero el sonido

se pierde, los ruidos del exterior son genuinos, los escucha una

vez más, despierto en medio de la noche.

Aguanta la respiración agudiza el oído y nada, los ruidos desaparecen,

nada.

La oscuridad lo envuelve, es absoluta.

No tiene ni idea de la hora que es, intenta relajarse, pero no tiene margen

de movimiento, apenas unos  mezquinos centímetros , nota sus piernas y sus brazos

entumecidos, pero ya no siente dolor.

El pavor es tal que no hay forma de evadirlo, no está soñando, las sombras

se agigantan, sabe que está acorralado, no es un sueño, no lo es, los límites

son reales, tiene sed, tiene miedo, el aullido se ahoga ante la sombra que se

cierne sobre él, monstruosa, amenazante.

Ya no hay más dolor, solo terror, alguien le tapa la boca, es una mano conocida

puede identificarla por el aroma de la piel, le cubre los labios,

y la nariz y ya no siente dolor, solo es otro día más en el ataúd y van

siete.

martes, 24 de agosto de 2021

Los Dioses también se enamoran.

 

Marina tenía una rara habilidad, que nadie conocía, podía cerrar los ojos

y transportarse en el tiempo, no siempre claro, a veces aunque los cerrara

muy fuerte, le faltaba concentración, entonces aparecía en el mismo lugar,

en su balcón, regando las margaritas, esas que deshojaba con ardor, porque

siempre estaba enamorada de la persona equivocada, contrariada, desesperada.

Aún así, un miércoles de mayo, mientras se cepillaba los dientes, cerró los

ojos y sin más se corporizó en Lesbos, en la antigua Grecia, en una roca

de Leúcade, un acantilado, donde oh! Casualidad, era el lugar donde los

enamorados desangrados por no ser correspondidos, se arrojaban al mar en

busca de consuelo, como lo había hecho según la leyenda, la atormentada

poetisa griega, Safo de Lesbos, aunque según pudo saber Marina, las versiones

eran múltiples de esta misteriosa Diosa, pero ella con sus penas de amor

a cuestas y todavía con espuma en la boca, opto por la que más la conmovía,

el suicidio por amor, que convirtió en ícono, la roca donde ella estaba, aquí

y ahora.

Se decantó por la que en todos sus poemas dejaba la estela de la pasión y el fuego

sagrado del amor latente.

La que se enamoró locamente del Faón, un hombre tan bello como el mismísimo

sol, al que la propia Afrodita deseaba para ella, pero que Safo como toda loca

de amor desbordado, no supo ver que invocándola, no hacía más que despertar

en la Diosa Afrodita, eso que Safo tan bien definía en sus poemas, - cuando el amor

visceral se apodera del ser humano, se manifiesta con celos, deseo intangible e

irracional nostalgia-. Afrodita entonces, poderosa y engreída con su gran sabiduría,

la indujo a que sea valiente, y que si su amor por el Faón no era correspondido, termine

con tanto flagelo, y se arroje desde la roca al mar, para que la redima de su errónea

pasión y sus penas doloridas, por hombres y mujeres, ya que Safo podía sentirse

seducida por unos y por otras, y llevar esas pasiones contrariadas en cada palabra de

su prosa.

Marina, sabía en los más profundo que de algún modo era su propia historia, la que

veía ante sus ojos todavía cerrados, el tormento, el amor desesperado no correspondido

el confiar en aquellos que lejos de entenderla, la empujaban al abismo.

No en vano estaba en este instante, en esta roca que parecía maldita, y sin embargo era el

lugar elegido para terminar el calvario más ancestral, de vivir como Safo, con el alma

en la punta de los dedos y escribir desgarrada de huesos a cabeza, estas súplicas

-Ven también ahora y de amargas penas líbrame y otorga lo que mi alma ansía y en esta

guerra se mi aliada!- así le rogaba a la indolente Afrodita, sin saber que ella lideraba   su

propia guerra, en fastuosos carros tirados por gorriones y pétalos de flores, que

construían  para ella los faraones, absortos por sus poderes.

Entonces Marina, abrió los ojos, y se enjugo las lágrimas, pasó la mano por la roca, y se

despidió de Safo con una tierna caricia.

Ya en el balcón, miró sus margaritas deshojadas, y se arrojó al vacío, feliz y enamorada.