sábado, 24 de julio de 2021

KIOTO AL ATARDECER

 

Ella que tan pocas veces caminaba por las calles de su Kioto natal,

tan soñado, tan ancestral y mágico, ella que tan pocas veces podía

disfrutar del paisaje urbano, entre jardines idílicos y templos milenarios,

en medio de la vorágine de un tráfico que parecía plantado a la fuerza.

Ella que nunca andaba a cara lavada, sin sus polvos de arroz y sus labios

pintados de rojo sangre, su cabello anudado y abultado en un moño,

parapetado entre palos y horquillas, ella no sabía como acelerar sus tímidos

pasos en medio de una multitud que la abrumaba.

Ella que arrastraba a la Maiko, que parecía que nunca iba a salir de ser una

simple aprendiz, donde generaciones de familias pobres, depositaban esperanzas

de un futuro mejor.

Todo lo había aprendido, ser etérea, invisible, ser discreta y anónima, agradecida

y obediente, hasta llegar a ser lo que hoy era, Geisha, en banquetes y reuniones,

de gente poderosa que exploraba el arte de ser complacidos, por estas niñas

hechas de nubes  misteriosas, que los evadían  por un rato, unas horas, y los

hacían   salir de sus vidas acomodadas de empresario prósperos, para adentrarse

 en el mundo de las mujeres  de pequeños pies.

Todo lo sabían, bailar con encanto, servir con recato, hijas del silencio, sin proferir

jamás una queja en público, ni demostrar un signo de cansancio.

Ella que espera llegar a su casa, para despojarse delicadamente de sus pesadas

vestiduras y deshacerse del inconfundible maquillaje de polvo de arroz.

Ella ahora caminaba, casi como escapando del Kioto de templos budistas tan

majestuosos como implacables, que la alejaban mentalmente de viejas tradiciones,

pensando en sonetos que venían a su mente, - Al pié de un cerezo, breve huella

anónima, un pedazo de mí resiste al tiempo- donde la había oído?, porque ahora

aparecía así de golpe, como aquel otro que decía -disfruta cada momento, porque

puede que no vuelva a suceder-, que belleza pensaba Yoko.

Seguía caminando, entre clásicos jardines y palacios imperiales, al encuentro de

aquel hombre, que la había hecho dudar de todo, con sus artes y palabras.

Las luces del atardecer, encendían la ciudad haciéndola vibrar con sus carteles

luminosos, y su masa de cemento iluminada, y ella, entonces apuró sus pequeños

pies, sin saber donde la iban a llevar, pero sentía por primera vez, que ya

no podía parar y que las tradiciones, el polvo de arroz, y los rojos labios podían

esperar.


viernes, 16 de julio de 2021

Ayuda a la carta.

 

Corren ríos de palabras, certeras, apuradas, contundentes, en los

libros de autoayuda, en las charlas motivadoras, de un mundo

occidental con estómagos llenos y cerebros enfrascados, calcos

de viejos refranes, que nuestros padres recitaban como un mantra,

se atosigan en redes sociales, disfrazadas de versos, casi poéticos.

Tu vales, tu puedes, tu eres tu propio altar, tu universo celestial.

Palabras que tapan realidades ardientes de nieve, convirtiéndolas

en imágenes con relieve, no dan tiempo a respirar, a leer entre líneas,

cada una se ajusta a nuestro talle y nos envalentona brevemente, nos

lanza a un pensamiento oculto, pero siempre latente.

Salta, te dicen, suelta, te gritan, ese trabajo que te agobia, esa relación

que te ahoga, te cuentan historias de vidas superadas, de entornos idílicos

de casas soñadas, mientras nos inducen a hacerlo solos, siendo nuestro centro

nuestra conciencia despierta, preparada para lo nuevo.

La luz al final del túnel, el pequeño movimiento al fondo del pozo, que

inevitablemente te lleva hacia arriba.

Pero la autoayuda no te enseña, como quitarte la tierra de encima, por

mucho que patalees con luz de frente, contra la corriente, cuando la vida

te golpea, justo ahí, bien abajo y sos padre de tus padres, o te toca acunar a

tu hijo inerte, de todo se sale, se sigue viviendo, te dicen orondos, mientras

en vida vas muriendo.   Hay tanta soledad por ahí latiendo, y sin embargo

 todo parece tan fácil, tan al alcance, que nos sentimos idiotas,

inútiles, cobardes, cuando nuestras venas se tensan de pánico, ante el abismo

que nos amenaza implacable.

No te rindas, busca ayuda, ponete las pilas, esto también pasará, como el

tren de Martín Pescador, y el último quedará, recita el Best Seller de turno.

Las cuentas se llenan de ceros a la derecha, de quienes con éxito literario

o de taquilla, llegan a sus metas. Las nuestras parecen, débiles, flacuchas,

enclenques y desgarbadas, llenas de ceros a la izquierda, por nuestros

desatinados e irresponsables actos de arrojo cotidiano.

Y entonces no hago más que preguntarme, si hay poesía en la autoayuda,

tan sólidamente construida, y creo que no, que los poetas andamos siempre

volados, todo nos toma desprevenidos, despeinados, atolondrados, con los

valores cambiados, y contrariados por el amor, el dolor y la soledad, todo

nos atraviesa, nos transforma, y no tenemos idea como ayudarnos, ni infringir

ayuda asistida, como podríamos? si siempre vamos partidos en dos, caminando

con el corazón en llamas, y no tenemos cerebro, solo unas neuronas que bailan

a su antojo y laten en el alma confundidas.







lunes, 5 de julio de 2021

LA LOCA CUERDA

 

Destellos de nada golpean su mente, se rompe en pedazos, se vuelve

polvo, se torna indolente, con cada azote, redobla la apuesta de una

nube negra que enciende la nieve y rema y navega en un mar de tierra,

hundida en tinieblas, planeando entre soles. No sabe ni puede calmar la

condena de sus pensamientos y los ahoga en hirviente arena.

Escupe un lagarto de lengua afilada, mientras atraviesa las barreras

del alba, a las paredes aferrada. Así cada noche y cada mañana, sale

de la que cree su casa, llena de preguntas, que nadie contesta.

Y ya no acierta con nada, todos los limites se han corrido, en vapores

de humo que la circundan como vampiros hambrientos y un nido de

hormigas anida en su pecho y el ruido vacío se agita en sus manos.

Se busca en espejos de helados añicos, los ojos en blanco de ceguera

nítida, la empujan, la maltratan, la despojan de un cuerpo que ya no

la aguanta, se mece, se abraza, se araña y se rasga, se lastima, y en

su sangre se baña.

Las voces le dicen que es una extraña la que la habita y es esa

la que esta loca, la que no olvida ni perdona y por eso mata y en

alcohol se ahoga, que no le haga caso, que la deje hablar, que ya

vendrá el tiempo de hacerla callar.

Pero el ruido no cesa y los tímpanos estallan y los pies se niegan

a detener su marcha, entonces salta, salta para que dejen de aullar y en

la caída todo es paz y un suave respirar, ya no hay voces, ni maltrato,

ni golpes, ni drogas, ni preguntas sin contestar.

El aire se llena de imagenes,  la muerte no es nada, es una mentira

que inventan los vivos, para no pensar en ciertos castigos.

La soga se tensa, se ciñe a su cuello y todo se tiñe de celeste cielo.

Llega la claridad absoluta, no hay redención para las heridas que ellos

le provocaron, ya no tienen nombre, ya no la dominan.

Solo hay en ella infinita calma, al fin una cuerda, termina con tanta locura.