domingo, 20 de agosto de 2023

Entre vos y yo, Chico, hay algo.

 Estaba pensando en esto de trascender, y en cuanto nos cuesta aceptar ese espacio finito, donde nuestro cuerpo exhala los 21 gramos que dicen que pesa el alma. En esa quietud desconocida del espacio infinito, y que en los tiempos voraces que vivimos, de tanta instantaneidad,  muchas veces nos  deja  fuera de juego, porque aparentemente todo tiene una explicación, que algunos encuentran en la religión y otros en la tecnología.

Para mi, trascender es otra cosa, que no podemos programar ni forzar, solo sucede, y es tan personal, tan íntimo e intransferible lo que nos sucede cuando algo nos trasciende, aunque es muy posible, que,  el que lo propicie nunca lo sepa, y eso  me parece  una pena, porque a mí me hubiese encantado que el Chico de rulos, que aparecía en el club del clan cuando yo era una niña, (que no encandilaba como el lánguido Palito, ni desataba gritos hIstericos como Jhony Tedesco) , hubiese sabido cuánto dejo en mí y cuánto sentí  perder pedacitos  de mí con su partida. Y como me llevó en un instante a los patios dameros del barrio, donde con granadina y papas fritas, nos sacaba a bailar, ese Chico, que no mirábamos , pero que seguro iba a terminar vencedor de la noche, con  su sonrisa y sus ocurrencias,  y nos robaría el primer beso con elegancia y gracia.

Me llevó a recordar las charlas en los bares, entre amigos, donde siempre está el que observa,

el que dice la palabra justa, sencilla pero impecable y certera.

Me transportó  a  esas anécdotas de los jóvenes que vienen del interior, a tratar de encontrar un lugar en la gran ciudad y aún lográndolo,  nunca pierden el barrio, que triunfan despacio, sin alardes. Mejorando lo que tocan.

Me recordó que a diferencia de otros, no hace falta ser empalagoso para ser dulce, y que el humor

junto a la inteligencia son claves para enamorar.

Porque de este chico, una se enamoraba, no queríamos un revolcón como con Sandro. el tipo era

un artista, que trabajaba para serlo, que podía cantarle a un rey o a un mendigo, con la misma 

humildad y calidad. Con el misterio justo de los Divos, sin perder jamás sus raíces santafecinas, en aquellas calles de tierra, donde su mamá lo llamaba a los gritos para que vaya a comer.

Se fue a su hora, a su tiempo, siempre cauto en sus expresiones, habiendo ocupado un lugar de privilegio entre los llamados Grandes de la escena nacional, pero creo que fue este Chico,

el que agigantaba con su generosidad y talento a quiénes estaban a su lado.

Me hubiese gustado mucho que sepa cuánto trascendió en mi vida, y decirle al oído,  

No quisiera yo morirme sin tener algo contigo.


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