domingo, 17 de enero de 2021

SIN VIRUS NO HAY MASCARILLA

 

No es nada aconsejable perder un ojo en medio de una pandemia,

bueno nada, es muy conveniente, pero con esta cuestión de las

medidas de seguridad, y considerando que atravesó las cuatro

estaciones del planeta tierra y primero la cosa transcurría con cuarenta

grados a la sombra, y así nos movíamos a pleno rayo de sol, en ojatas

y mascarilla, a punto de ser quemados a lo bonzo, con tanto alcohol

en gel en nuestras debilitadas manos, y allá íbamos a darnos el ansiado

chapuzón solo de medio cuerpo, porque las mascarillas no solo escaseaban

casi más que el papel higiénico, si no que eran carísimas, y ni hablar de

como se llenaban de arena los guantes de goma y nos doblaban en peso.

Ilusa de mí pensé que en invierno sería mejor, pero no, resulta que en

este crudo invierno, con 8 bajo cero el mejor de los días soleados, hay

que andar con campera, fulares o cuellos, gorro, guantes, anteojos de

de sol, más en mi caso anteojos de lejos en la cabeza arriba del gorro

y los de ver de cerca en el bolsillo de la campera, que también tiene

llaves, monedas y otra mascarilla por las dudas.

Todo esto hace que vuelva del supermercado, casi a tientas, con los

lentes empañados, sin aire, y con el codo reventado, porque nunca

falta un vecino o un amigo al que no reconocés, que te da un codazo

a modo de saludo, tan efusivo, que tenés que retroceder en tu vuelta,

pasar por la farmacia, comprarte un diclofenac, y una venda para el

codo de tenista, y entonces llego a casa exhausta, ahogada, ciega, y

con dolor de codo, y se me cae la bolsa del super, en la vereda

mientras intento acertar con el orificio de la llave, haciendo equilibrio

con la ceguera, la campera, y los guantes de goma, y ahí quedan desparramados

unos geles íntimos con sabor a fresa, y varias cajas de preservativos, junto

a unos huevos duros y un chorizo cantinpalo, ante la atónita mirada de mis

vecinos, que me recuerda porque la cajera me tiró la bolsa por la cabeza,

Pensando menuda fiesta está programando esta vieja zorra, difícil explicarles 

que yo quería comprar chicles, jabón de ducha, huevos

frescos y un salame de milán, pero claro si antes ya incurría en compras

extrañas, ahora casi en la no videncia y el empañado permanente, estoy

llegando a mi limite, ni que hablar de los precios tan distintos a los que

alcanzaba mi magro presupuesto, pero cualquiera vuelve a cambiarlos.

Así las cosas, levanto todo, y entro casi ruborizada, acalorada, con el

codo doblado y las manos congeladas y rasposas, la casa es un páramo,

porque, claro no nos olvidemos de la ventilación, hay que airear, abrir

ventanas de par en par por donde el chiflete va creando estalactitas

que van del techo al suelo, y el viento arrasa con todos los adornos y

descuelga las cortinas, y yo ahí, con la bufanda puesta y la campera,

me como un par de huevos duros, mientras trato de contestar los

mensajes de whatsaap, con los dedos duros, mis respuestas

suenan a mensajes en clave, muy similares a un pedido de rescate

talibán.

De paso mientras espero que se descongele la casa, haciendo uso discreto

de la calefacción eléctrica, porque cuando llega la factura, me pregunto

si vale la pena cuidarse tanto, o morir y ya está, veo las noticias, y me

entero que este virus es muy, como decirlo, caprichosito, porque no

va a los colegios, los chicos pueden estar entre no convivientes de

veinte en veinte y los padres pueden llevarlos y esperarlos a la salida de

cincuenta en cincuenta, en micros, buses y trenes tampoco le gusta,

allí pueden viajar en parejas cantidades sin conocerse de nada, en coche

no, no, si no conviven, y pronto será si no tienen sexo, no pueden

ir en el mismo coche, no le gustan las reuniones de más de 6, y por

eso ahí se ensaña sin piedad, y muy importante, no le gusta la gente

sentada, porque si estás sentado en un bar, morado de frio, tomando

un café o una caña con alguien enfrente, el virus te ataca y es mortal,

ahora si estás parado en la calle, pasa de largo el muy cabrón.

Tu médico de cabecera puede tomar unos buenos tragos con vos en

un bar cualquiera, eso sí, si le pedís una consulta, es solo por teléfono.

Y en muchos casos es bastante intimidante tener que mandar una foto

de la zona afectada.

Así que, sigo en mi derrotero, todavía con la campera y la bufanda

más unas galochas y unas patas de rana, mientras acomodo mi compra

en lugares oscuros y frescos, porque la esperanza de usarlos en un

futuro cercano me parecen tan o más lejanas que un recital en cancha

de boca.

Nada, me quedo con todas estas inquietudes y el recuerdo de mis

vecinos, viendo mi compra esparcida, con geles, preservativos, huevos

duros, cantinpalo, y un pan de manteca gigante, ese sí era correcto

para hacer el pan de puta masa madre.




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