jueves, 17 de diciembre de 2020

LAVIDA LAVIDA

 

Son tiempos raros, tiempos de campanadas que no suenan

y aún mudas, llevan ecos lastimeros, arrastrados por el viento.

Recuerdos de un futuro que se nos antoja augurar siempre

venturoso, como estrellas fugaces de profundos mares.

Son tiempos de replanteos absurdos, de rasgar las vestiduras

por lo perdido y anular la evidencia.

El fin de fiesta que no aceptamos, porque lo impostamos,

encendiendo luces, nos convencemos de encontrar

la llave extraviada, para así espantar los rastros de la puta

costumbre. Nos negamos a aceptar, que siempre faltó

alguien en esa mesa occidental, (porque en otras latitudes

siempre faltó ,no solo la mesa, si no la comida)

Y hasta que esa falta fue elección bien sabida.

En un mundo raro, que nos dio de canto en los dientes y

nos gritó que nada es urgente.

Se nos rio en la cara, por lo que tanto habíamos deseado,

un tiempo dorado, sin alarmas ni agendas y no supimos

que hacer y se nos congelo el alma.

La cruda realidad de la muerte sin espectáculo y la vida

detenida en un receptáculo, nos dejó huérfanos de demostraciones

paganas e inútiles.

No aprendimos nada de este impase, ni de la vacuidad de nuestra

existencia.

Los viejos rehuyendo de los niños, para preservarse de una muerte

que los espera a la vuelta de la esquina, se quedaron solos en pos

de unas gotas de aliento y latidos, o los  dejamos a su suerte con

el corazón partido. Los adultos mareados y golpeados en su reconocerse

vencidos, después de tanta lucha para ganar lo perdido, se volvieron

espías dolosos de vidas ajenas, pensando que si las campanas suenan

Sancho, será señal que cabalgamos, subiéndose a un caballo que

galopa lento, porque él si quiere huir  hacia adentro.

Incapaces de correr el eje, andamos deambulando entre soltar

y saltar, sin atrevernos ni a uno ni a otro, sin admitirnos mentirosos y

abstemios de recibir caudales desbordados de amor encapsulado.

Queremos que la Navidad relamida, nos traiga consigo en el brindis

familiar, lleno de secretos entumecidos, una oportunidad de

aliviar el olvido. Lo hacemos por los niños, decimos! claro!

y por los que ya no están y por todo lo que ha desaparecido.

Va siendo hora que celebremos nuestro nacimiento, que celebremos

la vida de los que hemos quedado en pie,  en medio de una guerra

absurda de biblias y castigos, rezando a un Dios que si existe

esta dormido. Ningún mesías podrá salvarnos en nuestra necia

tozudez de creernos eternos. Somos terrenales y todos

moriremos hoy o mañana. Levantemos entonces nuestras copas

sin pretenciosas ambiciones, pensando que no es hoy el día de

nuestra partida, así puede que vivamos de una vez, esta puta

maravillosa vida, llena de llegadas y despedidas. Como un

aeropuerto que nos ve pasar sin miedo de andar con alas o

un puerto que nos espera con ese barco de velas desplegadas, para

mostrarnos que el horizonte esta en nuestra mirada.

Hagamos el bien, bailemos sin motivos, amemos sin limite.

Celebremos cada día una Navidad de vida.

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